En varios templos eclesiásticos de nuestro entorno se encuentran construcciones, anexas o independientes, que reciben el nombre de comunidor. Estos elementos arquitectónicos, ahora en desuso, tenían una función muy especial en siglos pasados: acogían el sacerdote que, mediante las oraciones adecuadas para común o conjurar el mal tiempo, intentaba combatir los efectos de tormentas y otras perturbaciones de la atmósfera. Como dice el Dr. Josep M. Marqués,
"para una comunidad rural, pocas amenazas tenían que preocuparse tanto como la de perder en pocos momentos la cosecha debido a la tormenta y verse condenados al hambre durante un año".
En los Pedrons se hacía,
de forma periódica y habitual, una acción preventiva ante el mal tiempo. Anualmente, se procedía a las bendiciones de término que solía hacerse, especialmente, el día de la Santa Cruz (3 de mayo) y hasta el día de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre). Según Marqués, la bendición del término "tenía como finalidad principal conjurar el peligro de las temibles granizadas, la inminencia de las que aumentaba dentro del período de mayo a septiembre". Este ritual se solía hacer en el padrón situado en un lugar preeminente del entorno y se iba en procesión colectiva. El padrón es un pilar de piedra sobre el cual se encuentra una cruz de hierro forjado insertada en una losa plana que, a modo de mesa, quedaba sobre la pilastra. Padre Santiago Casanova afirma que los Pedrons tenían una utilidad práctica: "sostener la Veracruz, el ritual, el hisopo y la caldereta del agua bendita en el acto de bendición". Igualmente, cuando este padrón estaba situado en lugar cercano a la iglesia, servía por el rezo de la pasa, fragmentos de los evangelios relacionados con la Pasión de Cristo y que eran leídos, cada uno, en una dirección de los puntos cardinales con el fin de que Dios protege las cosechas. Se solía hacer entre las dos fechas dedicadas a la Santa Cruz y se hacía al final de la misa mayor, con asistencia de fieles.
Cuando se temía la inminencia de un temporal, con posibles efectos nocivos, se desarrollaba una acción más contundente, y con intencionalidad paliativa. De estos rituales se llamaba comunes o conjurar.
Comunes, nos explica el jesuita José Braun, es la
"devoción pública que va unida con una bendición para alejar el mal tiempo y las malas consecuencias que de él se siguen para los frutos de la tierra" y detalla que "según el Ritual romano únicamente se practicará cuando amenaza un mal tiempo ". El mismo autor, constata cómo, común, "según el Ritual romano consta de las letanías de todos los santos, repitiendo la invocación A fulguran te tempestate, del salmo Lauda Jerusalem Dominum, de una larga serie de versículos, de cinco oraciones que ya comparecen en parte al Gelasianum, la cuarta de las que va acompañada de una bendición del tiempo; y termina el rito con una aspersión con agua bendita ". Igualmente, afirmaba que "los siglos XIV y XV fueron fecundos en la creación de tal fórmulas que no siempre estuvieron libres de supersticiones" y, finalmente, desde la perspectiva del primer cuarto del siglo XX, concluía que "las bendiciones del tiempo que tenemos en el ritual actual son abreviaciones de formularios de finales de la edad media ".
En efecto, la preocupación por dominar las fuerzas de la naturaleza, potencialmente dañinas para la agricultura, a nuestro obispado
ya provenía de la Edad Media. El sacramentario de Vic, datado de 1038, y que padre Josep Gudiol describió como "el más antiguo sacramentario que quizás hay en Cataluña", ya contemplaba una "misa contra fulgura te tempestate". En la misma época, el sacramentario de Ripoll, atribuido al escritorio del mismo cenobio y del que Alejandro Olivar consideró que "puede haber sido escrito hacia el año 1050, sino antes", entre las misas votivas menciona una "pro tempestate".
De forma similar, en un manuscrito de finales del mismo siglo preservado en el Archivo Biblioteca Episcopal de Vic, se recoge el texto "Contra fulgurante te tronitua te tempestades te grandinem" (Contra rayos y truenos y tormentas y piedra). Pese a que se trata de un manuscrito mutilado explica un ritual en el que el sacerdote, después de ponerse la estola, tenía que coger una cruz y, en el suelo, dibujar una cruz dentro de un círculo donde, en cada sección, tenía que escribir cuatro nombres: Ihesus Nazarenus, Sadrach, Misach te Abdenago ". Un documento similar y con el mismo título, según menciona Xavier Sitjes, se encontraba en el monasterio de Santa María del Lago.
Más adelante, ya en edición impresa, se encuentra un ritual de la diócesis de Vic de 1547, entre otros, el procedimiento que lleva el siguiente encabezamiento: "Principio de las oraciones y juramentos contra tormentas según las constituciones de la diócesis de Vic . Primeramente el sacerdote ataviado con su sobrepelliz con la estola, con agua bendita y alguna cruz ha de decir la bendición del agua bendita: cuando la tormenta presente sea por encima de lo normal esta bendición que se sigue debe ser dicha por el sacerdote con buena devoción ... "
Estos ceremonias debían ser tan habituales que las
Constituciones Sinodales del Obispado de Vic publicadas por encargo del obispo Pere de Magarola, el 1627, que incluso se debían poner en peligro los objetos litúrgicos más preciados. De ahí que el Obispo indicaba "... prohibimos que se lleve el sacramento de la sacrosanta Eucaristía a las inundaciones por agua, o incendios, o disputas o tormentas del cielo. Más bien en estos casos hay que tocar las campanas y extraer con reverencia la sagrada Eucaristía del sagrario y ponerla sobre el altar de la iglesia: allí, para evitar estos males, el pueblo de Dios junto con los clérigos, con fe sincera y pureza de espíritu oren para que solo puede curar la palabra de Dios ".
Sin embargo, la preocupación por los efectos de las tormentas y la intención de combatirlas era bien manifiesto. En la edición citada de las Constituciones Sinodales y en las recogidas por mandato del obispo Manuel A. Muñoz, de 1748, se recoge el siguiente escrito bajo el título Que los rectores o los que cuidan de una parroquia no se vayan de Santa Cruz del mes de Mayo hasta la fiesta de Santa Cruz de Septiembre y que cuando vean inminente una tormenta el exorcizar: "Nos ha llegado noticia de que algunos rectores u otras personas que cuidan de las almas durante la época estival, en la que las cosechas están aún en la tierra en su parroquia, o cualquier Adjutori o presbítero que se haya quedado, u otras personas, que no se vayan ante la inminente tormenta de rayos y granizo, ya que no podrían tocar los címbalos o las campanas. Por lo tanto, establecemos y ordenamos a fin de que dichos rectores, y las otras personas que se dedican a las tareas mencionadas, que desde la fiesta de la invención de la Santa Cruz del mes de mayo, hasta la fiesta de la exaltación de la misma Santa Cruz del mes de septiembre, no se alejen de sus parroquias, y si tienen necesidad dejen algún presbítero idóneo, a fin puedan ser capaces de exorcizar inmediatamente las tormentas inminentes, bendecir el tiempo y tocar dichas campanas , y en ese mismo tiempo celebrar un día después la Misa, con el cirio Pascual encendido, y tocando alguna campana, mientras se recita la pasión Dominio Nostri Jesu Christi según san Juan, desde donde comienza: "Egressus este Jesus", y al lado del altar la lean y reciten, allí donde haya esta costumbre de hacerlo. "
Todavía, una edición impresa en 1837, nos detalla todo el ritual. Este documento lleva el título de Manual de ritos del Obispado de Vich y el subtítulo "reducido y coordenado, que podrá servir para conveniencia, y comodidad de los párrocos, vicarios y demás esclesiàstichs del espresa obispado, hecho principalmente para los que tienen que servir en las parroquias rurales ". Indica, en el apartado XIV del capítulo dedicado a procesiones, un título muy explícito: "De exorcismos contra inminentes tormentas, fulgurum, te grandinis"; o sea: Para el exorcismo contra inminentes tormentas, rayos y granizadas.
Comunidor: tipologías
Según el Diccionario de historia eclesiástica de Cataluña, en palabras del Dr. Enric Moliné, el comunidor es la "pequeña construcción con tejado y abierta a los cuatro vientos, situada junto a la iglesia o en su parte superior, desde donde el sacerdote, puesto a cobijo, hacía las oraciones contenidas en el ritual para conminar las tormentas. "También era conocido como conjurador. Otro sinónimo de esta peculiar construcción, empleada en documentos antiguos, es el de reliquier; según el Diccionario Catalán-Valenciano-Balear, un 'reliquier era la "ventana en forma de balcón que hay en el campanario, donde se exponen la Vera Cruz y reliquias de santos para conjurar las tormentas".
Xavier Solà constata, mediante documentos de los obispado de Girona y Vic, la existencia de un buen número y diversidad de comunidor. Sin embargo, actualmente se pueden observar un número muy determinado y clasificable en tipologías.
La primera tipología de comunidor que se puede tener en consideración es el mismo campanario de los templos parroquiales. Su diversidad de funciones contemplaba también la de comunes las tormentas. El mismo toque de las campanas tenía las propiedades indicadas para deshacer las nubes. De este hecho se deriva el dicho popular "tocar a buen tiempo" o "tocar de mal tiempo" o, incluso, "tocar en común". Precisamente el mencionado diccionario de A. M. Alcover y F. de B. Moll recoge el hecho, constatado en 1921 en El Catllar, que cuando tocaban campanas "a buen tiempo" la gente de Ripoll decía: "Buen tiempo, de dónde vienes? Del cielo. Ven, ven, ya te queremos. Mal tiempo, de dónde vienes? Del infierno. Marcha, marcha, no te queremos ".
El toque de campanas era una práctica muy habitual con este objetivo y son testigo diversas consuetas, como expone Francisco Roma. Asimismo, la población seglar creía firmemente en el poder de su toque. Martín Gelabertó afirma que "la cultura popular rural construirá alrededor de la campana toda una devoción por su supuesto carácter infalible para deshacerse mil nubes".
Por esta razón, la sustitución de estos instrumentos de percusión se convertía en un asunto delicado. Fue el caso de Sant Pere de Casserres de donde el P. Bernardo Bolós captó, al hacer referencia a la vieja campana mayor del campanario del monasterio, como "... todos los pueblos vehins a Casserras tienen tanta fe y confiansa en dicha Campana para apartar el mal tiempo, y tronadas que, aunque rota, no dejan de tocarlas siempre que amenassa tempestad, con gran consuelo y alegría de los que podan oirla, y con repetidas experiencias de los beneficios que ocasiona ". Cuando los representantes del Col • legi jesuita de Belén de Barcelona, de quien dependía en aquella época el cenobio, va querer hacer pedazos "acudió a Casserras una multitud de gente que con armar a manos amenassaren de quitar la vida al que se atreviese a romper la Campana hay sacará-la del campanario ".
En Manresa, las órdenes del obispo Bartolomé Sarmentero recibieron semejante oposición a la del vecindario de Casserres. El prelado, en vista pastoral realizada en 1769, constató el peligro que suponía la ruptura de las campanas y dictaminó que "por las tempestades may se tocan a modo de rebato". Tras comprobar que sus palabras no eran seguidas con hechos, prohibió su totalmente que fueran tocadas en día de temporal. El gremio de agricultores de la ciudad se quejó al Ayuntamiento y éste, en fecha de 30 de junio de 1771, escribió al obispo de Vic pidiendo el levantamiento de la prohibición constatando que
"la mayor parte de la ciudad está resentida "
El mismo campanario, más allá de ser la atalaya o torre desde la que se tocaban las campanas, también podía contener un auténtico comunidor. Es constatable documentalmente, que se podía destinar a esta función un piso o nivel de la construcción debajo de las campanas. Es el caso del campanario de Sant Quirze Safaja, construido por el maestro de casas original de Francia Juan Bonefacia, a partir del 1670, la segunda planta del cual tiene las cuatro ventanas, aberturas de pequeñas dimensiones, dirigidas a los cuatro puntos cardinales y tenía la finalidad expresa de hacer de comunidor tal como se expresa en el contrato de la obra; en medio de este piso se levantaba un padrón del que ahora carece.
El campanario de Centelles, construido por el maestro de casas barcelonés Miquel Fiter, había que contemplara una escala de vuelta hasta la planta del comunidor, con las cuatro ventanas pertinentes. Por la similitud y mismo período de construcción, algunos de los otros campanarios parroquiales de la zona (Castellterçol, Caldes, Sant Feliu de Codines), también podrían haber ubicado un comunidor en la planta situada bajo campanas.
El toque de campanas, desgraciadamente, también llevaba un peligro: la atracción de rayos. En plena tormenta podía convertirse en un auténtico peligro estar cerca. De hecho, son bien conocidos los casos de campanarios afectados por las descargas eléctricas. Es muy posible que por este motivo, los comunidor alejaran del campanario para alcanzar entidad arquitectónica propia.